domingo, noviembre 30, 2008

"Madagascar 2", hogar, dulce hogar


Tres años han pasado desde que se estrenara, en el 2005, “Madagascar”, una de las cintas más flojas de Dreamworks. Y es que pese a tener un buen arranque, la película iba desinflándose a medida que transcurrían los minutos, y ni sus geniales pingüinos ni la pegadiza (y machacona) canción “I Like To Move It” lograban levantar un film que transmitía, entre otros cosas, uno lamentable mensaje al espectador: ¡estar encerrado en un cómodo zoo era mejor que estar en libertad!

Ahora parece que con su secuela, sus responsables han intentando enmendar ese error garrafal, elaborando un film lleno de buenos sentimientos y amables moralejas, sin olvidarse, eso sí, de ofrecer un entretenimiento para el disfrute de los más peques de la casa. Y digo los más peques porque, a fin de cuentas, serán los que más disfruten de las “animaladas” de estos simpáticos –aunque no entrañables- personajes.


Tras acabar en una exótica isla de Madagascar, nuestros protagonistas se preparan para su viaje de vuelta a casa, Nueva York. Para ello utilizan un destartalado avión que supuestamente les llevará sin problemas a su lugar de destino. Desgraciadamente, el aparato tan sólo logra mantenerse en el aire por un breve espacio de tiempo, y pronto la tripulación debe realizar un aterrizaje de emergencia en las inmensas llanuras de África. Una vez allí, Alex, Marty, Melman Gloria, el rey Julien, Maurice y los pingüinos, tendrán un nuevo mundo ante sus ojos. Asombrados, descubrirán que no son los únicos de su especie, y también que África es, además de un hermoso lugar, su verdadero hogar.


Con un interesante prólogo, acompañado de la siempre poderosa partitura de Hans Zimmer, el inicio de esta secuela nos pone en situación con los acontecimientos transcurridos en su predecesora, sirviéndonos estos minutos de nexo para esta continuación. De nuevo tenemos a todos los personajes reunidos para alcanzar su meta: regresar al zoo. Pero tras el imprevisto aterrizaje en África, sus deseos darán un vuelco de 180 grados.

Si en la anterior película la jungla se convertía en una pesadilla para el grupo de animales protagonistas, aquí sucederá todo lo contrario. Las llanuras de África son el paraíso hecho realidad, con grandes extensiones de tierra para su disfrute y la compañía de sus semejantes. Claro que no todo serán alegrías, y cada personaje deberá aceptar su condición de no ser único, como sí ocurría en el zoo. Además, a alguno que otro, la reinserción en su hábitat natural le será algo más dificultosa de lo deseado (especialmente por estilo de vida que llevaba en la ciudad)

Durante el visionado de la película, y atendiendo especialmente al personaje principal, el león, nos damos cuenta que existen ciertos paralelismos –nada ocultos- con “El Rey León” de Disney, aunque aquí el enfoque es siempre desde un punto de vista mucho más cómico. El resto de subtramas se apoyan sobretodo en el, llamémosle, carisma de los personajes. De hecho, no deja de resultar curioso como personajes como el de Melman la jirafa o Marty la cebra, son más simpáticos y entretenidos que el propio león protagonista, cuyas payasadas difícilmente nos saquen alguna sonrisa (el recurso de los bailecitos ya no da para mucho).


Aquí no obstante, lo peor es el exceso de personajes, teniendo en cuenta que algunos de ellos parecen metidos con calzador en la historia, y cuya única razón de ser parece atender a razones de puro merchandising (línea de juguetes, tazas y peluches mucho más variada). Hay que sacarse algún as de la manga para que el rey Julien y Maurice tengan algún aporte a la trama. Y ya no hablemos de los monos o los pingüinos, que apenas pintan nada, siendo los segundos los que, pese a todo, tiene algunos de los mejores gags (al igual que en la primera entrega)


En general, la película se hace entretenida, tirando de gracietas facilonas y bonitos mensajes relacionados con el amor, la amistad o el valor. Hay momentos totalmente prescindibles de lo patéticos e insultantes que resultan (las palizas que propina la vieja humana, por ejemplo), pero estos no empañan demasiado el resultado final si lo que se busca es pasar unos escasos 90 minutos de simple divertimento.

Por tanto, “Madagascar 2” supera bastante a su predecesora, aunque resulta mucho más previsible que aquella. Lamentablemente, se queda muy lejos del nivel mostrado en la genial “Kung Fu Panda, por lo que parece que salvo raras excepciones, Dreamworks sigue encaminada a contentar más a un público infantil que a “todos los públicos” en general.


Lo mejor: los pinguïnos

Lo peor: su acusado infantilismo; sus topicazos.


Valoración personal: Correcta

sábado, noviembre 22, 2008

"Quantum of Solace", cuando Bond encontró a Bourne


Hace un par de años se estrenó, precedida de una enorme polémica, la vigésimo primera entrega de James Bond, titulada “Casino Royale”. Entre otras cosas, la elección del tosco y rubiales Daniel Craig levantó ampollas entre los más puristas, y su condición de precuela cara al resto de cintas de la saga, hacía que muchas de las particulares características de nuestro agente británico favorito no estuvieran presentes. No obstante, una vez estrenada la cinta, de nuevo dirigida por Martin Campbell, que ya resucitó la saga con Pierce Brosnan en “Goldeneye”, calló muchas bocas y convenció incluso a los más escépticos, aunque era de prever que aún así quedarían algunos detractores para dar la contra.

Después de las payasadas y flipadas varias (fortalezas de hielo, coches invisibles …) de las últimas y esperpénticas entregas con Brosnan a la cabeza, la saga necesitaba urgentemente un buen lavado de cara. Martin Campbell y tres guionistas, Neal Purvis, Robert Wade y Paul Haggis, lo consiguieron, trayendo consigo un Bond más rudo, más tangible, más humano y en definitiva, más real. Un Bond que daba golpes pero también los recibía, un Bond que sufría y que podía amar. Un Bond diferente y probablemente, mejor (eso último ya va a gustos)

Una buena historia, unas frenéticas escenas de acción y la profesionalidad de Craig como nuevo agente 007 hicieron el resto.

Ahora, dos años más tarde, se estrena “Quantum of Solace”, una secuela directa de su predecesora (la historia sigue donde Casino Royale lo dejó)


Después de la traición y muerte de Vesper, la única mujer en la que Bond confiaba y que además, amaba, nuestro protagonista decidirá averiguar qué organización estaba detrás de todo el embrollo. Sus primeras investigaciones le llevarán hasta Dominic Greene, un despiadado hombre de negocios y miembro importante de la misteriosa organización, que pretende tomar el control de uno de los recursos naturales más importantes del mundo, tratando con el exiliado General Medrano. En contra de las indicaciones del MI6, Bond tratará de desbaratar los planes de Greene con un único objetivo, la venganza. Para ello contará además con la ayuda de la bella Camille, una agente infiltrada en la poderosa organización.


Partiendo de la historia que el final de Casino Royale dejó abierta (o inacabada, según se mire) esta nueva entrega se convierte en una búsqueda de venganza por parte de un Bond mucho más frío y desobediente. Descubrir quién fue el motivo de la traición de Vesper y vengar su muerte, serán los objetivos de Bond, ajustando cuentas con quien corresponda y desobedeciendo las órdenes de M si hace falta.
Por ese motivo, la mayor parte de la película Daniel Craig se la pasa con cara de mosqueo. No es que eso suponga un problema, ni mucho menos, pero sí es cierto que su personaje apenas evoluciona respecto a su predecesora y más que un espía británico, parece un asesino a sueldo por la cantidad de muertes –amigos y enemigos- que deja tras de sí sin apenas inmutarse. Y del Bond socarrón de la anterior entrega, ni rastro. Además, la historia, basada en un relato corto de Ian Fleming, no da para mucho y se resiente en muchos aspectos, primando en este caso, la acción por encima de todo lo demás. Y es que acción no le falta a ”Quantum of Solace”. Una escena tras otra sin apenas tiempo para que el espectador coja aire. Persecuciones frenéticas, duras peleas cuerpo a cuerpo (al estilo Bourne), y muchos tiros y explosiones a izquierda y a derecha, por arriba y por abajo. Quizás podríamos hablar incluso de un exceso de acción en detrimento de una trama un tanto liosa que a ratos cuesta de seguir.


Por ello, tras su visionado, parece más bien que estemos ante el metraje eliminado –y desechable- de Casino Royale que no ante una película con entidad propia, limitándose Bond a ir de un sitio a otro, y con cada vehículo nuevo que usa, secuencia de acción al canto; y por medio, unos cuantos diálogos que pretenden hacernos creer que detrás de todo esto realmente hay una trama buena e interesante. Hay aquí una organización tan ultrasecreta, que parece que ni los guionistas tengan la menor idea de lo que nos están contando.


Quantum of Solace pierde por completo todas las señas de identidad que hacen de Bond un espía distinto al resto de agentes que pululan por nuestras pantallas. Ya no hay gadgets ni frase famosa (“Bond, James Bond”), algo perdonable en su predecesora pero que aquí ya empieza a echarse de menos. Incluso la característica theme de la saga aparece de tapado entre la, eso sí, correctísima banda sonora, como si temieran que este nuevo Bond tuviera un poco de los anteriores y eso fuese malo. Son pequeños detalles que queramos o no, diferenciaban a 007 del resto de la “competencia”, y aquí todo desaparece en pro de un personaje más realista. ¿Pero acaso no pueden casar esos elementos con el mejorado Bond que nos han traído? ¿Tanto molesta una frase o unos simples gadgets para solventar algunas situaciones (sin llegar a los bochornosos extremos de las de Brosnan, claro)? En mi opinión, uno cosa no quita la otra, siempre que todo esté bien medido.

No en vano, con Casino Royale consiguieron convencernos que todas esas cosas eran secundarias y que no hacían falta para tener una buena película de Bond; desgraciadamente, con Quantum of Solace no lo han conseguido, y los descartes y mejoras impuestas en la cinta de Martin Campbell son echadas por tierra en la de Marc Foster.

Mucha acción y poca sustancia, secundarios desaprovechados (Judy Dench, Jeffrey Wright, Giancarlo Giannini o Gemma Arterton ) un villano sin carisma y una chica Bond sosa, hacen de esta película una enorme decepción para un servidor, bien sea porque Casino Royal dejó el listón muy alto o porque aquí apenas se han molestado en ofrecernos algo más que un montón de secuencias de acción metidas a cascoporro para llenar metraje.

Como cinta de acción a secas roza el aprobado (más que nada por su mareante espectacularidad), pero como película de James Bond se queda a medio gas, quedando muy por debajo de su predecesora. Contiene además, la peor canción original y los créditos iniciales menos creativos de toda la franquicia. Tema aparte es el terrible doblaje perpetrado en España con las chicas Bond, que entre otras cosas, Kurylenko más que rusa parecía catalana (sería pariente del compañero de celda de Tony Stark en “Iron Man”)

Si a la saga de Jason Bourne le quitásemos el sólido guión y le añadiésemos el doble de acción, nos quedaría “Quantum of Solace”, una película que gustará más o menos dependiendo del grado de exigencia de cada uno, pero que para mí ha sido una gran decepción, pese a haber rebajado mis expectativas tras las primeras críticas negativas previas a su estreno.

Lo mejor: Daniel Craig

Lo peor: mucha acción y poca historia; una trama demasiado confusa y sin interés.


Valoración personal: Regular

domingo, noviembre 16, 2008

“Red”, cuando la ley no entiende de justicia


Red es una cinta independiente que se ha podido ver en varios festivales de cine, como por ejemplo el Festival de Cine de Sundance o más recientemente, el de Sitges.
Adaptando un best-seller de Jack Ketchum, un reputado escritor norteamericano, se nos cuenta la historia de un hombre en busca de justicia.


Avery Ludlow (Brian Cox) es un hombre apacible cuya única compañía es la de su fiel amigo Red, un perro que le regaló su esposa dos años antes de fallecer en circunstancias trágicas. Ambos son viejos, y sólo se tienen el uno al otro.

Un día Ludlow está pescando con Red a la orilla del río, cuando se les acercan unos jóvenes con no muy buenas intenciones. Tras una intrascendente charla, uno de los chicos empieza a intimidar a Ludlow, encañonando a su perro con un rifle y obligándole a darle todo el dinero que posea. Ludlow no ofrece resistencia y cumple con las exigencias de sus atracadores, pero al no disponer de mucho dinero, el joven , sin ningún tipo de miramiento, decide acabar con la vida de Red. Acto seguido, los tres muchachos se marchan riéndose, como si nada hubiera ocurrido, dejando a su víctima sumida en un profundo dolor.

Tras el incidente, Ludlow entierra a Red y posteriormente, empieza a investigar por el pueblo quienes eran aquellos muchachos que cometieron la terrible atrocidad de matar a su mejor amigo. Pronto dará con sus nombres y apellidos, tratando por todos los medios legales de que su acto no quede impune. Desgraciadamente para él, la ley contemplará esa crueldad como una falta leve penalizada nada más con una multa, por lo que Ludlow decidirá buscar otras soluciones a su causa.


Lejos de lo que uno podría pensar tras leer su sinopsis, “Red” no es una película de venganza al estilo “ojo por ojo, diente por diente”, sino más bien una película que habla sobre las injusticias que día a día se cometen y que no reciben castigo alguno. Habla también de la crueldad del ser humano, del poder de “don dinero” y de la entereza y tesón que puede llegar a tener un hombre cuando tan sólo busca que se haga justicia.

El atroz asesinato de Red es uno de los momentos más duros y tristes de la película, y a su vez, el desencadenante de una incontrolable espiral de violencia que tendrá su punto más álgido justo al final de la cinta.

La postura de Ludlow es la que cualquier otra persona tendría en sus mismas circunstancias, e incluso se podría decir que su forma de proceder es mucho más correcta y misericordiosa de lo que correspondería a un hombre al que acaban de arrebatarle un ser querido. Su tenacidad y convicción por llevar a juicio a los asesinos de Red no conoce límites, y cuando se da cuenta que la ley es un instrumento inútil para condenarles, buscará otras formas de conseguirlo.

De esta manera, nuestra protagonista tratará de condenar el brutal crimen a través de los medios de comunicación, ayudado por una joven y noble periodista, que no sólo busca una buena noticia sino también una buena causa. Pero cuando eso resulta ser también ineficaz, Ludlow decidirá tomar otras medidas.


La película se narra de forma pausada y con una inusitada austeridad que recuerda y mucho al peculiar estilo del mismísimo Clint Eastwood. Esta es sin duda una de las grandes bazas de la propuesta, dirigida ésta en un principio por Lucky McKee (May) pero siendo éste finalmente sustituido por el noruego Trygve Allister Diesen. Debido a este cambio en la silla de director, resulta difícil decidir quién debe llevarse los elogios por tan encomiable labor, aunque técnicamente la autoría del film se atribuye a ambos por igual.

La música ambiental es más bien minimalista, dejando que las imágenes hablen por sí solas sin necesidad de florituras. La trama en sí se apoya sobre todo en el buen hacer de un magnífico Brian Cox en el papel del viejo Ludlow, secundado a su vez por un correctísimo Tom Sizemore, que vuelva al cine con mayúsculas tras su paso por un buen número de subproductos varios. La labor de los actores más jóvenes es bastante aceptable, sin llegar a destacar demasiado pero cumpliendo con su cometido. Y por último, señalar también la presencia de un Robert Englund en un papel muy alejado de sus habituales roles terroríficos.

Todo ello conforma una película de sólido reparto y firme narración, que nos trae una historia que debería despertar conciencias, muchas adormecidas conciencias. Desgraciadamente, parece ser que por el momento “Red” no tiene fecha de estreno en nuestras carteleras, cosa que tampoco me extraña dada la poca repercusión que tienen este tipo de cintas de innegable carácter independiente.

Lo mejor: Brian Cox

Lo peor: quizás un final demasiado complaciente cara al espectador.


Valoración personal: Buena

domingo, noviembre 09, 2008

"Midnight Meat Train", el carnicero Jones


Basada en un relato corto del bizarro Clive Barker (Hellraiser) y perteneciente al libro “Books of Blood” (Libros de Sangre), ”Midnight Meat Train” parece tener un camino incierto hacia nuestras carteleras. Por el momento, su fecha de estreno ha sido cambiada en numerosas ocasiones y el rumor más factible de estos retrasos, es la desconfianza de los productores hacia los resultados finales del film.
En Estados Unidos llegó a estrenarse de forma muy limitada y sin apenas promoción, pues su productora, Lionsgate, no confiaba demasiado en recuperar el dinero invertido en publicidad y distribución. Y ciertamente, la recaudación fue bastante paupérrima.

Después de su visionado, no puedo evitar ponerme del lado de los productores, pues si bien se estrenan en cines cosas muchísimo peores que esta “Midnight Meat Train” (véase “Una noche para morir/Prom Night”, “Negra Navidad/Black Christmas” o la enésima secuela de Saw), no se puede negar que el mejor destino para esta producción es el videoclub.


León Kauffman (Bradley Cooper) es un fotógrafo deseoso que conseguir prestigio. Su gran oportunidad llega cuando la dueña de una exitosa galería (Brooke Shields) le encomienda un trabajo fotográfico sobre la parte más oscura del ser humano. La búsqueda de esas fotos llevan a Kauffman al tren subterráneo de la ciudad, un lugar en el que de noche suelen producirse misteriosas desapariciones.

En sus sesiones fotográficas, Kauffman termina fijándose en la extraña presencia de Mahogany, (Vinnie Jones) un tipo raro al que empieza a seguir y del que sospecha que podría ser el responsable de esas desapariciones aún sin resolver. Su obsesión por el misterioso Mohagany se vuelve cada vez más peligrosa y pronto su vida y la de su novia (Leslie Bibb) correrán un grave peligro.


La cinta que nos ocupa está dirigida por un Ryuhei Kitamura, director japonés que despierta tanta admiración como rechazo. Tiene sus particulares seguidores pero también sus detractores. En lo personal, esta es la primera cinta que veo de su filmografía, por lo que sería injusto juzgar su trayectoria en base a un único film. De todas formas, los trailers de algunas de sus películas destilan cierto tufillo a lo Power Ranger mezclado con efectos típicos de la saga “Matrix” (peleas cableadas, bullet-time…). Además dirigió una película de, ni más ni menos que, ¡Godzilla! (sí, de esas del tipo disfrazado con el traje de goma y las cutre-maquetas de cartón piedra), por lo que no puedo decir que me inspire mucha confianza (para muestra, he aquí un tráiler)

No obstante, diría que gran parte de su fama procede de la explícita violencia mostrada en sus trabajos, haciendo del gore su mejor arma de seducción. Y eso es algo que se puede comprobar perfectamente en esta adaptación, siendo las secuencias de los asesinatos perpetrados por Mahogany lo más rescatable de esta fallida producción.

Vinnie Jones está imponente en la piel del bruto carnicero. Su sola presencia ya llena la pantalla, y solamente con su mirada ya se te hiela la sangre. Por eso y porque el resto de personajes resultan ser de lo más insulsos, la película se viene abajo cada vez que el personaje de Vinnie desaparece de la pantalla.


La narración es apresurada, incongruente y a ratos plomiza. El encuentro entre el protagonista y Mahogany, y su posterior obsesión con el mismo, se antojan un tanto forzados. Las acciones del fotógrafo no responden a ninguna lógica (y mucho menos las tomadas por su novia) y su investigación de los asesinatos tiene más de fisgonería barata que de seria investigación. Por ello, al director le cuesta horrores levantar el interés del espectador con el personaje principal, con sus obsesiones y mucho menos con su relación de pareja, que carece del más mínimo aliciente.

Es por ello que más allá de que las interpretaciones del reparto sean más bien discretas, el fallo reside en lo poco trabajado de los personajes y la poca o nula empatía que estos producen.

El modo de tratar la historia descoloca bastante, sobretodo en el momento en que nos damos cuenta que no estamos ante una cinta de psicho-killers al uso sino ante algo totalmente distinto. Desgraciadamente, en vez de usar eso como un punto a su favor, el guionista Jeff Buhler lo convierte en el gran fallo de la película, dejando varios cabos sueltos en la trama y un montón de preguntas que no tienen respuesta alguna. Y en el momento en que uno debe acudir a la fuente original, es decir, a la novela, para resolver todas esas dudas, es cuando realmente podemos hablar de una adaptación realmente fallida.

Pero no todo va a ser malo en “Midnight Meat Train”, y hay que resaltar la magnífica ambientación de los escenarios; en especial, un frío, siniestro y perturbador tren. Además de un buen trabajo de fotografía de Nobuhiko Morino, un habitual del director.

Sus altas dosis de violencia explícita y su gore también son de agradecer, y no resultan tan gratuitos como uno podría llegar a pensar, aunque puede que haya algún que otro momento pasado de rosca. Por otro lado, Ryuhei Kitamura demuestra poseer un llamativo dominio de la cámara, consiguiendo planos, ángulos y perspectivas tan atractivas como a la vez, resolutivas.


Estos puntos positivos, unidos a la ya mencionada imponente presencia de Vinnie Jones y sus violentos y sanguinarios asesinatos, son los que evitan que el visionado de esta película se convierta en una absoluta pérdida de tiempo. Pero más allá de eso, Midnight Meat Train no ofrece más que incógnitas, personajes anodinos y una trama desencantada.

Una oportunidad perdida para Kitamura de estrenarse con éxito en suelo americano, y una oportunidad perdida también para llevar a la gran pantalla una historia de Clive Baker. Aunque tratándose de un relato corto, quizás es que éste tampoco daba para una película de hora y media.


Lo mejor: Vinnie Jones y los asesinatos de su personaje.

Lo peor: que sin Vinnie Jones la trama y el interés decaigan por completo.


Valoración personal: Regular

domingo, noviembre 02, 2008

“Warlords”, un hermano que daña a otro hermano, debe morir.


Por lo general, es difícil que el cine asiático, sea cual sea su procedencia exacta (China, Japón…), llegue a nuestras carteleras. Tan sólo los directores más reputados y/o las producciones más publicitadas tienen el honor de encontrar ese hueco.

Warlords es una superproducción China - inédita en nuestro país- que ha cosechado numerosos premios en su tierra natal. Sin ir más lejos, consiguió un total de ocho galardones en la 27ª entrega de los Premios a la Cinematografía de Hong Kong, y entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director para el hongkonés Peter Chan, cineasta de filmografía más bien romántica y que con esta cinta se adentraba en un género inexplorado para él.

Otro galardonado fue su principal protagonista, Jet Li, en la categoría de Mejor actor. Premio, en mi opinión, más que discutible.


La historia de Warlords tiene lugar en 1860, durante la Dinastía de Qing y en plena guerra civil.
El general General Ma Xinyi (Jet Li) es el único superviviente de su destacamiento, que ha sido masacrado sin piedad por el ejército enemigo. Dolido por la muerte de sus hombres, sus hermanos, y jurando venganza, Ma Xinyi se une a un ejército a de bandidos liderados por Cao Er-Hu (Andy Lau) y Zhang Wen-Xiang (Takeshi Kaneshiro) . Pronto, Xinyi entabla una fuerte amistad con ellos, y a raíz del hambre y la pobreza en la que malviven, les convence para que se unan al ejército imperial. Los tres hombres realizan un pacto de sangre que les une como hermanos, y junto a sus 800 hombres, librarán grandes batallas en nombre del Imperio.


En Hollywood no son los únicos que realizan remakes, y la cinta de Chan no deja de ser una especie de nueva versión de un film de culto hongkonés titulado “Ci Ma” de principios de los 70. Por supuesto, sus 27 millones de euros de presupuesto (calculad el equivalente en yuanes) le dan un acabado técnico mucho más vistoso, si bien hay que indicar que gran parte de ese dinero ha ido destinado más bien a sus estrellas protagonistas.

Warlords es una de tantas películas épicas que se realizan en oriente, aunque a diferencia de otras, goza no sólo de espectaculares batallas y elaboradas coreografías, sino también de un cuidadoso tratamiento de sus personajes, y de una atractiva y consistente historia. La fuerza de la trama radica sobretodo en mostrar con realismo la crueldad de la guerra y el sufrimiento de quienes en ella participan. No hay buenos ni malos. Tan sólo vencedores y vencidos, muerto y vivos. En estas circunstancias, a veces los hombres hacen lo que deben hacer y no lo que quieren hacer o lo que creen que es moralmente correcto. Y eso es lo que pretende mostrarnos su director a lo largo de estas dos intensas horas de metraje.
El pacto de hermanos entre los tres protagonistas se pondrá a prueba en más de una ocasión, demostrando que las convicciones de uno y otros son más poderosas que las ambiciones de aquellos a quienes sirven.


Codicia, venganza, honor, traición, odio y amor a tres bandas es lo que ofrece esta épica película, rodada con brío y espectacularidad, pero sin caer en la ampulosidad y superficialidad de otros autores asiáticos.

Chan emplea la cámara lenta para realzar las batallas, pero sabe hacer un buen uso de ella sin caer en la reiteración abusiva. Muestra con crudeza los enfrentamientos entre los combatientes, haciendo gala de un excelente dominio de la cámara y mostrando sin tapujos la extrema violencia de la guerra.

Esto no es un anuncio de perfumes de dos horas, como sí lo son las vacuas y presuntuosas películas de Zhang Yimou. Tampoco en las coreografías se usan cables para resultar más impactantes. Aquí el director opta para algo más sucio, grisáceo y, en definitiva, más real.


El reparto resulta, en su mayoría, convincente, destacando por encima de todos a Andy Lau (Infernal Affairs) en el papel del sufrido –y cornudo- Cao Er-Hu.
Jet Li realiza algo cercano a una interpretación, resultando su trabajo mucho más correcto de a lo que nos tiene acostumbrados (aunque tampoco es como para levantar aplausos, la verdad)

La bonita banda sonora complementa a la perfección lo que vemos en imágenes, dándole esa majestuosidad que todo film épico/bélico necesita.

“Warlords” no tiene nada que envidiar a las superproducciones yanquis, más bien diría que todo lo contrario. Por tanto, es una buena opción para todos aquellos amantes del cine épico en general, y asiático, en particular. Sus dos horas quizás sean un poco excesivas, pero el ritmo nunca llega a decaer.


Lo mejor: su historia y sus personajes; las espectaculares y sangrientas batallas.

Lo peor: la subtrama amorosa no está completamente desarrollada.


Valoración personal: Buena